Cada 20 de noviembre el mundo conmemora el Día Internacional de la Memoria Trans, una fecha nacida para recordar a las personas trans asesinadas por la transfobia y la violencia estructural que aún marcan sus vidas. Pero este día no es solo duelo: es un grito de esperanza, resistencia y compromiso con un futuro donde ser trans no signifique estar en peligro.

Recordar es un acto político. En un contexto global donde los discursos de odio resurgen y las identidades disidentes siguen siendo cuestionadas, mantener viva la memoria trans es afirmar que nuestras sociedades no pueden construirse sobre el olvido. Nombrar a las víctimas es reconocer la deuda pendiente con quienes fueron silenciadas y con quienes hoy continúan luchando por existir con dignidad.

En regiones como Centroamérica, la urgencia de esta memoria es evidente. En El Salvador, Honduras o Guatemala, ser mujer trans puede equivaler a una sentencia de muerte. La discriminación atraviesa la educación, la salud, el empleo y la justicia. Muchas son expulsadas de sus hogares desde jóvenes y viven en contextos de pobreza e impunidad. Sin embargo, el activismo trans centroamericano se mantiene firme, organizando redes de apoyo y reclamando lo más básico: el derecho a vivir.

En un entorno más cercano, los avances legales —como la Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans— representan un paso importante, pero la igualdad formal no garantiza una vida libre de discriminación. Persisten los obstáculos para acceder al empleo, la vivienda o una atención sanitaria respetuosa. Además, parte del debate público ha normalizado la deshumanización y el cuestionamiento de las identidades trans. Por eso, el 20 de noviembre debe reafirmar que los derechos conquistados no se negocian y que la dignidad humana no admite retrocesos.

Más allá de la denuncia, este día invita a imaginar un mundo donde las identidades trans sean celebradas, no solo toleradas; donde la diversidad sea sinónimo de riqueza y no de exclusión. Es necesario pasar del reconocimiento simbólico a la acción concreta: políticas públicas con enfoque de derechos humanos, educación que fomente el respeto desde la infancia, acceso universal a la salud integral y al empleo digno, y sistemas de justicia que protejan a las personas trans en lugar de castigarlas.

Conmemorar el Día Internacional de la Memoria Trans no es solo mirar hacia atrás, sino hacerlo hacia adelante con responsabilidad. Es una oportunidad para que Estados, instituciones y ciudadanía asuman su papel en la construcción de un mundo más justo. Porque la memoria no debe limitarse al dolor: debe transformarse en motor de cambio, en compromiso con la vida y en garantía de no repetición.

El 20 de noviembre es, por tanto, un día para llorar, pero también para celebrar la resiliencia, el arte y la fuerza de las comunidades trans. Un día para decir, alto y claro, que la memoria es esperanza, y que la lucha por los derechos trans es una lucha por la humanidad entera.

Porque recordar es resistir, y resistir es sembrar futuro.